Opiniones desde la otra orilla (1)

Atavismos culturales, ¿rasgos medievales?

"Puesto ya el pie en el estribo,
Con las ansias de la muerte,
Gran Señor, ésta te escribo.

 Así se nos despidió nuestro señor Miguel de Cervantes." (Andrés Trapìello, 1993).

[El "Gran Señor" era el Conde de Lemos, de cuyos "favores" o limosnas dependía
nuestro "pequeño señor" Miguel de Cervantes y su familia para su subsistencia].

letra capitaln algunos pueblos se conservan hoy en día costumbres o rasgos culturales arcaicos, algunos tan arraigados en el subconsciente colectivo que nadie o casi nadie que pertenezca a estos pueblos se da cuenta de su carácter primitivo. Pensar en costumbres como la de comer el cerebro del enemigo para asimilar su potencia guerrera o tomar el cuerno de un rinoceronte pulverizado para recuperar el vigor sexual, provocará de inmediato nuestra sonrisa de "hombres civilizados". Si le dijéramos a un ciudadano de Arabia Saudí que no es razonable azotar o amputar la mano a un compatriota por el hecho de haber bebido un güisqui, hablar sobre sexo o realizado un pequeño hurto, es posible que nos mirase con estupor o indignación. Es lógico; no es capaz de darse cuenta de que esa costumbre que él ve como la cosa más natural del mundo, es un atavismo heredado de épocas bárbaras.

Pero no creamos estar totalmente libres de tales aberraciones. A veces podemos pensar que sí, que lo estamos, al darnos cuenta de algunas: pero bueno,..., concedemos con indulgencia, a quien se le ocurre, tirar una cabra desde la torre de la iglesia para divertirse... De que esa costumbre es bastante bárbara nos hemos podido dar cuenta...; menos mal, no era tan difícil por otro lado; pero de que lo son otras, seguramente más generalizadas, tal vez no.

Viene lo anterior a cuento del desprecio subconsciente que creo se tiene actualmente en España por ciertas profesiones, entre las que se cuentan las de escritores y artistas. Hasta el punto de considerar que no merecen retribución alguna por su actividad, a la que no se acepta como un verdadero trabajo. Ojo, digo subconsciente; no esperemos que nadie lo admita; pero los hechos y comportamientos son en mi opinión más elocuentes que las palabras. Hace unos días escuchaba a un conocido cantante español declarar que estaban --los artistas-- en más peligro de extinción que las ballenas. Creo que no le falta razón. Ese desprecio no es algo nuevo, ni exclusivo de España. Baste recordar que a J. S. Bach le bajaron el sueldo porque "no hacía nada". Pero en otras partes de Europa y del Mundo se ha superado, y en España no.

Se trata en mi opinión de una herencia tan antigua que seguramente hunde sus raíces en los tiempos medievales, aquellos en los que el señor feudal de turno, bostezando, llamaba a su bufón para que le leyera unos versos el día en que estaba aburrido o un poco bajo de forma. En esa época tan oscura, sólo el garrote y la espada merecían respeto; la actividad artística o intelectual tenía como recompensa, en el mejor de los casos, las migajas o los huesos del banquete.

"Ese es un niñato que sólo sabe tocar la guitarra", oía decir yo de niño a una tía mía, refiriéndose con desprecio a un pariente que no había logrado hacer nada "importante" en la vida; y yo, que llevaba varios meses fracasando en mi intento de tocar algo en la armónica, la miraba con asombro. Teclea la palabra "ladrón" en Internet, me decía hace no mucho mi cuñado con satisfacción no disimulada, y lo primero que te sale es la Sociedad General de Autores de España; cosa ciertamente notable en un país famoso por sus "pelotazos", Filesas, casos Gürtel, impuestos revolucionarios, bancos con ingresos que se incrementan de año en año en un 200 %, empresas como Telefónica, etc., etc. Si tecleamos la misma palabra en inglés nos sale un videojuego; esa es la diferencia: en los países anglosajones la palabra conserva su uso genérico, en España se ha tergiversado brutalmente para demonizar a un colectivo. ¿Cuanto tiempo dura el derecho de propiedad intelectual?, me preguntaba una noche de viernes un pinchao --recordemos que es el único derecho de propiedad que tiene fecha de caducidad, todos los demás duran indefinidamente: el imperio de Taltalia, por ejemplo, jamás revertirá a propiedad pública--; y cuando se lo dije, me contestó lapidariamente: "demasiado".

Cuenta un conocido escritor español, Javier Marías, que alguno de los que acostumbran a bajarse sus obras por Internet le preguntaba ingenuamente si no le resultaba suficientemente satisfactorio que hubiera tanta gente interesada en descargar sus obras y disfrutando con su lectura. Y él respondía que igual de satisfactorio que a los productores de jamones de Jabugo las alabanzas a sus productos, pero que a pesar de eso éstos no son precisamente gratuitos. Yo también tengo que comer y pagar el recibo de la luz, nos confiesa.

En mi opinión, sólo la persistencia de este desprecio subconsciente puede explicar el odio furibundo y generalizado que ha despertado el famoso canon español sobre productos audiovisuales. Se trata de un nuevo impuesto, como tantos otros, una forma más de sacar dinero; sin duda discutible. Pero de todos los cientos de impuestos que se pagan anualmente en España, sólo éste parece necesitar ser comprendido, justificado y aprobado por todos y cada uno de los ciudadanos, cosa que desde luego no estamos dispuestos a hacer. Sometamos a los otros impuestos o multas al mismo grado de escrutinio, y veamos el resultado: pero, ¿es acaso razonable ese maldito canon?, preguntaría indignado un parado ficticio que gasta sus últimos euros, mientras paga sin rechistar el IVA de su barra de pan y ahorra unos céntimos con que pagar los desorbitados impuestos que gravan el pitillo con el que se destroza los pulmones. ¿Pero es razonable, preguntaría yo, que el ayuntamiento de Madrid me ponga una multa por pasar por la calle en la que estoy empadronado con la escusa de "proteger" a los residentes? Y así sucesivamente.

No es seguramente una casualidad que el escritor que se tiene por paradigma del idioma español, Don Miguel de Cervantes, terminara su vida poco menos que mendigando --léase el párrafo entrecomillado que va al comienzo de este comentario--, y que durante gran parte de su vida no pudiera vivir del oficio de escritor y tuviera que dedicarse a recaudar impuestos o a trampear a costa del amancebamiento de las mujeres de la familia. ¿Como es posible, se asombraban unos visitantes extranjeros de la época, que el autor de El Ingenioso Hidalgo..., viva en la pobreza y sin el más mínimo reconocimiento por parte de las autoridades? Cosas de España..., les respondieron; si hubiera tenido dinero, seguramente no habría escrito nada... [pensaron].

Nada se sabe de los posibles descendientes, parientes o herederos de Cervantes: "De ese modo se extinguía el linaje de Cervantes; su testamento se perdió y sus restos, a finales del siglo XVII, se envolvieron con los escombros de unas obras... " (Andrés Trapìello, 1993). Algunos supondrán, no sin cierto fundamento, que a los descendientes de Cervantes les pudo pasar lo que al burro del gitano: que una vez que aprendieron a no comer, fueron y se murieron [inciso: incurro aquí a sabiendas en otro atavismo muy arraigado, el desprecio a los gitanos]. Otros pensarán, influidos otra vez por el subconsciente español, que su extinción pudo deberse a cierta debilidad genética inherente a las familias de "esos" artistas... Nada que ver con la robustez de los nobles linajes españoles de la época, tales como los de la Casa de Alba, por ejemplo, en la actualidad varias veces Grandes de España, y con un respetable patrimonio rústico e inmobiliario en todo el país [en realidad su origen, ¡que casualidad!, se remonta al siglo XIV, es decir, a la Edad Media; "La Casa de Alba posee una de las fortunas más grandes de España, conformada por palacios, terrenos agrícolas, propiedades inmobiliarias, sociedades y participaciones bursátiles, sin olvidar su extraordinaria colección de arte" (Wikipedia)]. Es lógico, diremos --si somos genuinos españoles--: su grandeza la consiguieron de forma noble, con la espada, y no con un oficio propio más bien de holgazanes; es muy natural que sus derechos de propiedad se mantengan por siglos o milenios, hasta que lo permita el cambio climático..., y no como los de esos ladrones de los "artistas", que ahora incluso pretenden cobrar en vida por eso que llaman trabajo. ¡Que desvergüenza!

Bueno..., diremos de nuevo, no es para tanto. ¿A quien se le ocurre acordarse a estas alturas de cómo murió Cervantes...? [nota del escribidor: mientras tecleo voy viendo, con una leve ¿sorpresa?, que el corrector ortográfico del procesador de textos --Open Office, idioma Español (España)-- me va marcando ese nombre, Cervantes [sic], como inexistente o mal escrito en castellano, y sin embargo pasa a ser palabra correctamente escrita si cambio el idioma del texto a Inglés (Reino Unido), donde por lo visto se acuerdan más de Cervantes que nosotros; Duque de Alba, por el contrario, ¡vaya por Dios!, no parece tener problemas ortográficos..., ni por supuesto de otro tipo]. [Nadie es profeta en su tierra..., pienso yo, que al fin y al cabo soy español..., y muchísimo menos estos que se dedican a escribir, componer, cantar o inventar]. ¡Que [escriban, compongan, canten o] inventen ellos!


Un pinchao.

[Nota: las anteriores reflexiones vienen a cuento de haber observado por enésima vez, el último viernes, cuando ya la noche languidecía y se iban agotando los temas de conversación, cómo se volvía a recurrir una vez más a los "ladrones" de la S.G.A.E. para ponerlos como paradigma de sociedad reprobable y/o delictiva]

Comentarios

  1. Estimado Don Ginés:

    Permítame añadir un par de elementos más que contribuyen decisivamente a la mala imagen de los Derechos de Autor (y también del Productor/Editor/etc. quienes a fin de cuentas son los que financian las obras y productos de sus autores y/o artistas).

    Lo resumo básicamente en 2 actores fundamentales: los medios de comunicación y los operadores de telefonía y acceso a Internet. ¿Por qué? Sencillamente porque tienen que pagar los derechos que derivan de las leyes de Propiedad Intelectual (un Derecho Humano, como así es recogido en la Carta de la ONU, dato que interesadamente se olvida). E intentan por todos los medios evitar su pago. O dilatarlo lo más posible. Mientras van creando un estado de opinión favorable a sus intereses (algo en lo que han triunfado plenamente). A ellos se les han unido los fabricantes de hardware y de discos ópticos vírgenes. Los del hardware ya perdieron esta batalla en el mundo analógico (cuando las cassettes, los radio-cassettes, etc.). Ahora volvieron con renovados brios, aprovechando el momento.

    Gracias por su tiempo y disculpe la extensión.

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